El ciudadano K. tiene la misma paciencia de Jah: habla, lee, escribe y alaba la poesía en todas sus formas, porque la emergencia de la belleza es constante y su corazón está a punto de desfallecer: "lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres", profiere K. mirando los rojos ponientes de Culpina K, un pueblito creado por el artista plástico Gastón Ugalde en el desierto de Potosí.
jueves, diciembre 28, 2006
Un mordisco a las letras de Bolivia
La doncella del Barón Cementerio, de Eduardo Scott Moreno. "Son 374 páginas densas, fértiles e inteligentemente planteadas."
Letras
- La lectura es de las pocas experiencias que se ha hecho para disfrutar y para pensar al mismo tiempo. Puky (Oscar Gutiérrez Peña) ha posteado en su blog Toborochi Urbano, El arte de florecer en otoño, un admirable ejemplo de esa experiencia el pasado martes 26 de diciembre.
- Ese posteo denominado “Tiempo de resúmenes: los libros” no es la acostumbrada paja literaria que se elabora cada fin de semana en los semanarios culturales y de literatura de La Paz, Cochabamba y Sucre. Al contrario, es una inquietante y solitaria apreciación sobre las artes narrativas que se escriben en Bolivia. Inquietante por la pasión de su lectura y solitaria porque es producida por una celebridad literaria no conocida en la sede de gobierno.
- De su lectura, el ciudadano K. ha aprendido que la narrativa contemporánea boliviana (sobre todo la que se lee y se goza en Santa Cruz de la Sierra) es un tejido gratificante que se impone no sólo por su eficacia ni por su rigurosidad, sino por su sazón de inteligencia y pizca de ironía.
- Como dice Puky, leer a novelistas como Eduardo Scott Moreno, Claudia Peña Claros, Reymi Ferreira, Carlos Valverde Bravo y Ramón Rocha Monroy “es un placer recomendable en un ciento por ciento”. Valgan sus palabras.
K.
Tiempo de resúmenes: los libros
Crónicas Martes, Diciembre 26, 2006 Oscar Comentarios: 0
Durante este 2006 que ya concluye, que ya se va, los dioses volvieron a demostrarme su bondad al obsequiarme el tiempo suficiente como para disfrutar de una de las experiencias más gratificantes de mi vida: la lectura.
Por motivos laborales (y de destino), tuve el privilegio de –una vez más- sumergirme en la literatura contemporánea boliviana.
Que mamá no nos vea, de Claudia Peña Claros. "Adentro de él se encuentran exquisitas muestras de lo que un hábil contador de cuentos puede lograr."
A continuación incluyo algunos puntos que hoy quiero compartir.
• Nuestros novelistas escriben cada vez mejor. En el rubro cuentos estamos alcanzando notorias cimas y a nuestra poesía, cada vez la entiendo menos.
• Mi novela recomendable titula La doncella del Barón Cementerio (Editorial Alfaguara), fue escrita por Eduardo Scott Moreno y con ella ganó el Premio Nacional de Novela el 2004. Puntos altísimos de esta obra son la magnífica precisión en el uso del lenguaje y la nada común capacidad de ahondar en los oscuros pasillos del alma humana. Son 374 páginas densas, fértiles e inteligentemente planteadas. Su lectura me hizo realizar un par de actos traviesos. Su autor fue, además, en la Mesa que reunió a cuatro ganadores de Premios Nacionales de Novela durante la VII Feria Internacional del Libro de Santa Cruz, el más lúcido, el más “ubicado”, el más “él”, ya que Edmundo Paz Soldán estaba empeñando en tratar de caerle bien a todo el mundo, Juan Claudio Lechín –histriónico como es- asumía con naturalidad su rol de vedette y Luisa Fernanda Siles se moría de nervios. En resumen, un digno novelón de un digno ser humano.
Todavía me queda tu piel, de Reymi Ferreira. "Poesía cotidiana, de a ratos linda, de a ratos honesta, de a ratos gris. Y es que la literatura no puede ser jamás un acto residual..."
• Mi libro de cuentos favorito fue Que mamá no nos vea (Editorial Gente Común), de Claudia Peña Claros. Pregunten en Lewy Libros: fue un best-seller. Sucede que este libro reúne tres características que debemos resaltar quienes estamos intentando promover la lectura en el pueblo: primero, obviamente, calidad literaria, segundo, el número de páginas (68) y tercero, el precio (25 sopes). Adentro de él se encuentran exquisitas muestras de lo que un hábil contador de cuentos puede lograr. El ropero y las uvas, Yo no quería ir al cine y Lamiendo una lagartija son auténticas gemas que la memoria, agradecida, no quiere olvidar. Bien Claudia, gracias por escribir así.
• En poesía nada me alucinó. Leí Todavía me queda tu piel (Editorial El País) de Reymi Ferreira (76 páginas). Poesía cotidiana, de a ratos linda, de a ratos honesta, de a ratos gris. Y es que la literatura no puede ser jamás un acto residual (el autor es abogado, vice-rector de la universidad pública, las malas lenguas dicen que dicta seis materias y además, durante largos meses de acalorados debates, se empeñó exitosamente en evitar que esta ciudad tenga un digno edificio universitario…). Sin embargo, el poema Un hombre solo es notable. Me conmovió, y a varios de mis estudiantes, también.
• En la novela de Carlos Valverde Bravo, Siempre será la primera vez (Editorial El País), uno no hallará una sola frase memorable, perfecta, una sola metáfora feliz, luminosa… pero el libro es bueno, disfrutable, recomendable. Sucede que –a veces- la historia se sostiene por sí misma, y este es el caso de la novela en cuestión. En sus 159 páginas me reconocí. Puesto que a mi también me la charlaron con el asunto de la mítica yumbina, y también hubo un tiempo en que la posibilidad de lo sexual era el leit motiv de mi existencia o también fantaseé con un ménage a trois antes de saber que eso se llamaba así. ¿Qué me dejó este libro? Las ganas de hacer el amor mejor, es decir, haciendo uso sabio de la paciencia, de la imaginación, de la espera… (no es poca cosa, ¿no?).
• Otra novela que me animó el corazón fue Crítica de la sazón pura (Editorial El País) del entrañable cuate Ramón Rocha Monroy. Este libro me acercó a la patria gracias a una de sus manifestaciones culturales más alucinantes: nuestra comida. Tratado del ají de fideo, Elogio del trancapecho, La marraqueta paceña o El origen de las salteñas, fueron algunos de los capítulos que degusté (nunca mejor escrito) con fruición y voracidad. El autor logró en estas 161 páginas transportarme por la historia culinaria (coquinaria dice él, ya que lo otro suena a placeres menos públicos) boliviana con una altísima dosis de humor y sensibilidad. Juro que desde su lectura empecé a buscarle y sentirle el sabor a las cosas.
Leerlo es un placer recomendable en un ciento por ciento.
Crítica de la sazón pura, de Ramón Rocha Monroy. "Este libro me acercó a la patria gracias a una de sus manifestaciones culturales más alucinantes: nuestra comida."
Epílogo con segunda
También leí otros libros, pero el comentario de ellos dejémoslo para otra oportunidad. Mientras tanto les propongo un brindis por los escritores, esa raza endiabladamente bendita destinada a revelarnos los secretos rincones de la vida, la muerte, la ternura, el sexo… y la comida. ¡Salud!
Las iluminaciones pertenecen a Sensitive Light.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
Bom Ano Novo K.
Felicidades
Estimado Señor K.:
Me ha halagado de sobremanera que haya incluido un texto mío en su excelente blog.
Lejos de las formalidades: ¡te pasaste, ñato!
Un abrazo tamaño toborochi.
Publicar un comentario