El terror de Silent Hill en Yacuiba

La fachada de la supuesta residencial al lado de la terminal de buses de Yacuiba. Por supuesto, eso de TV Cable y teléfono no es real como se anuncia en su tarjeta.

Yacuiba

-De cómo el ciudadano K. y su familia sufrieron en carne propia unos segundos del terror de Silent Hill en la residencial “Urkupiña” de la ciudad fronteriza del Departamento de Tarija.

1. El K. y su reducida familia (Carmiña y Pablo) se dirigieron a la Terminal Bimodal Santa Cruz de la Sierra después de gozar cuatro días (2/4 de la hospitalidad) en la ciudad autonómica, con la finalidad de viajar hacia Yacuiba.

2. Serían las 18:00 del 27 de diciembre de 2006, cuando el K. y su media naranja, más el zumo de su hijo, tocaron suelo tarijeño en la terminal de Yacuiba, completamente acalambrados y sudorosos por el largo viaje de más de nueve horas en bus.

3. A esa hora, todas las residenciales y alojamientos que habían alrededor de la terminal estaban copadas y el K. se puso a descansar y beber unos vasos de agua después de buscar afanosamente algún albergue para los tres.

4. Estaban contentos, a pesar del calor y algunos mosquitos que merodeaban en los vasos. “Nosotros iremos a ver si hallamos algún lugar”, dijo Carmiña y acompañada de Pablo se perdieron algunos minutos detrás de la terminal.

5. Cuando volvieron al lado del K., ese sitio de Yacuiba se había convertido en un enorme horno lleno del polvo de mierda, moscas y mosquitos, que levantaban las ruedas de los buses que llegaban de otros lugares.

6. “Encontramos una posada”, apuntó Pablo que secundó la mirada cansada de Carmiña. “Vamos entonces”, les dijo el K. y fueron con sus maletas cargadas en los hombros.

7. Como el K. ya empezaba a dudar del albergue, Carmiña y Pablo subieron a ver las piezas y cuando regresaron le dijeron que estaban bien. Y tomaron las piezas separadas 15 y 27.

8. Tal como el K. había sospechado cuando Carmiña abrió la habitación que les había tocado, un olor casi nauseabundo lo dejó sin respiración y para disimular prendió el ventilador enorme del techo raso. Aún así, el ambiente de la pieza se mantenía inalterable y compacto. Y las esquinas de la ventana exhibían enormes telarañas. “Ni el colchón ni las sábanas han debido ser cambiadas en meses”, pensó.

9. Lo mismo ocurrió en la habitación de Pablo y aún más, las paredes estaban atestadas de bichos negros y menudos que se movían de un lugar para otro. Y en una de las esquinas de la ventana, una enorme y peluda araña se mostraba amenazante. El K. se apesadumbró y se mordió los labios.

10. Para hacerles olvidar ese mal momento, el K. les pidió salir a pasear al pueblo de Yacuiba, cosa que hicieron más rápido que el relámpago en el cielo. “Por favor limpia las dos piezas que tomamos, hay mucha telaraña y muchos bichos”, solicitó el K. al niño que atendía la residencial y éste lo miró como opa.

11. Cuando retornaron a la residencial, después de refrescarse y probar ricas pizzas en la plaza de Yacuiba, la cosa no había cambiado sino empeorado para el pesar de los visitantes. Las habitaciones estaban atestadas de mosquitos, las arañas habían bajado al piso y se paseaban con largueza.

12. El K. tomó una toalla y empezó a azotar las paredes para matar a los mosquitos que se pegaban como gotitas calientes en su piel. Una nube se abalanzó sobre el cuerpo de su hijo y ahí pegó el grito. Y dijo: “Vámonos de aquí”.

13. En la recepción, el K. empezó a reclamar al niño por lo asqueroso de las habitaciones y porque no había cumplido su pedido de limpiarlas. Ahí llegó la dueña de la residencial y le gritó lo mismo, pero ni un pelo de asombro se notó en la tipa.

14. Cansado y con sed, el K. reclamó que le devolvieran lo pagado. La dueña dijo que estaba imposibilitada de hacer algo. No se movía de su posición. “Entonces hágame una factura por el mal servicio”, imprecó el K. y fue lo único que hizo la tipa a regañadientes. (Continuará...)

K.