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viernes, junio 13, 2008

“Música de zorros” para el frío de junio


El auténtico zorro, antes de iniciar el lanzamiento de su reciente obra narrativa. Manuel Vargas mira el piso del salón de Alianza Francesa.

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- La sesión “Alrededor del fuego” –impulsado por Alianza Francesa y Editorial Correveidile- tuvo este jueves en la noche la presentación de la reciente obra narrativa de Manuel Vargas.

- Juan Carlos Ramiro Quiroga fue el encargado de leer una lectura (posteada debajo) sobre “Música de zorros”, texto que demandó 10 años de aprendizaje y estudios por parte de su autor nacido en Vallegrande, población ubicada en tierra cruceña.

K.


El magnífico pelaje del reciente libro de Manuel Vargas.


Se llamaba Jacinto Quiroz o Don Zorro

“Tantos cuentos, piensas, ¿esto no será también un cuento?”
Música de zorros (2008), Manuel Vargas.

Por Juan Carlos Ramiro Quiroga

1. Gracias a Dios que no me gusta leer novelas y Dios me libre de semejante bajeza. Como el autor de Ficciones, descreo de las novelas porque no son más que una acumulación de palabras y más palabras. Harto desperdicio de palabras observo en ellas. Si un libro te hace gozar y volver a él una y otra vez, de seguro que no es una novela.

2. En efecto, Música de zorros (La Paz, 2008) la reciente obra de Manuel Vargas no es una novela, sino un cuento que prolonga o crea otros cuentos. Es decir, el arte de narrar del autor opera como una suerte de cajas chinas, porque un cuento reserva otro cuento: nada de las abominables amplificaciones de un Jaime Saenz o de un Adolfo Cárdenas.

3. Soy apenas un hombre que acostumbra leer poemas y que guarda cierta resistencia a las novelas, por una sencilla razón: no hay vida en tal mal habidas palabrerías. O son una osamenta o son una pérdida del tiempo vivido. Vaya redundancia. Pero Música de zorros me ha fascinado no bien salió de la imprenta.


Los que procuran el regocijo de las letras en La Paz: Marie (Alianza Francesa) y Manuel (Editorial Correveidile).

4. Su autor sabe bien de la tarde en la que compartió conmigo, y con una cómplice de sus andares narrativos, no sólo la cola del animalejo, sino todo el hocico colorado y ese pelaje que sabía a rojos ponientes y crepúsculos íntimos. No precisamente porque era una novela, sino porque era otra cosa.

5. Menos que el aire marino que extraño a medida que pasa el año, la obra de Vargas me ha producido esa perplejidad de la que los hombres cuerdos deben cuidarse: todo lo que ha narrado en Música de zorros es purita esencia de jacintos o de Jacinto. Y este Jacinto nada tiene que ver con la mitología griega menos con el encantamiento que produce ese nombre.

6. Más cercano a la transparencia de un arroyo y con menos densidad que una montaña, Jacinto es el raposo que le faltaba a la narrativa boliviana. Ese simple paisano (“un mendigo hecho y derecho”, lo llama Vargas) que se gana la vida como Moisés, desde el silencio y desde la incomunicación. Es decir, desde el desarraigo.

7. Pero la vida de Jacinto Quiroz es sencilla y sin misterio, a pesar de haber asesinado a un hombre por mera pasión o mera alucinación. Un pobre indio que no sabe hablar y analfabeto, casi huérfano de madre y sin padre. Crecido con lo elemental para vivir en la bonanza agreste o en el Pueblo Encantado.


En familia y en excelente compañía: Vicenta y Manuel.

8. El personaje de Música de zorros sabe moverse en este lado y en el otro como pez en el agua. Para el autor, Jacinto Quiroz era un duende salido de las peñas, o un simple viejo delirante, o un engendro de las quebradas; pero para los niños que lo vieron gravitar en una esquina de la plazuela del pueblo no había ninguna duda: Era Don Zorro.

9. En ese marco de probabilidades narrativas, la única aventura posible de Jacinto contempla los siguientes verbos ilustres: nacer, crecer, amar, matar, huir, enloquecer, casarse, cuidar vacas , tener hijos, volverse próspero, envejecer y convertirse en Don Zorro. Y todo para nada más morirse como un perro en las afueras de un pueblo que lo reconoce a medias.

10. Acaso después de haber vivido en el más completo desarraigo o plenitud, Don Zorro vuelve al pueblo que lo vio nacer y crecer convertido en el perfecto don nadie. No obstante, ese que regresaba no era Jacinto Quiroz, sino un animal que maravillaba a los niños con experiencias de vida y triunfos que más parecían puros cuentos.


Los amigos: Iván I. Vargas, Alfonso Murillo y Humberto Quino Márquez.

11. Pero no eran puros cuentos. Jacinto se había ganado la vida en un santiamén. No sólo la vida, sino la mujer, los hijos y las vacas. Y así como se había ganado la vida, también la perdía en un cerrar y abrir de ojos, porque de lo único que somos dueños en la vida es de nuestra consciencia o de nuestra desnudez.

12. Y no fue extraño que los niños del pueblo donde Jacinto Quiroz decidió morir le preguntaran: “Don Zorro, ¿de ande es usted?, ¿de cómo llegó al pueblo?, ¿es cierto que tuvo mujer y tuvo vacas sin contar?...” Si yo mismo no sé cómo explicarles esta noche, lo maravilloso que fue oír la Música de zorros en pleno invierno.

El libro puede ser solicitado a:
Manuel Vargas

Casilla 5742

Teléfono +591 (2) 223 0712

E-mail:
manuelvs@kolla.net



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