El ciudadano K. tiene la misma paciencia de Jah: habla, lee, escribe y alaba la poesía en todas sus formas, porque la emergencia de la belleza es constante y su corazón está a punto de desfallecer: "lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres", profiere K. mirando los rojos ponientes de Culpina K, un pueblito creado por el artista plástico Gastón Ugalde en el desierto de Potosí.
jueves, septiembre 14, 2006
Árbol K.
Poesia Argentina
- “Hilos” (Argentina, 2002), publicado por Alción Editora, es un libro que me obsequió Rodolfo Ortiz, músico y poeta paceño, tras breves encuentros poéticos con el poeta y traductor Silvio Mattoni en Córdoba. Copio de este libro un poema, cuasi coloquial, cuasi un soliloquio, que deja entrever la habilidad arácnida de un gran "fingidor" en cuestiones familiares.
La mayor
“¿Sabes qué? Esta soy yo, los hilitos
que salen de la nariz es la sangre
de una amiga. Los otros más largos
son lágrimas.” ¡Y qué leen las lágrimas?
¿Qué libros? Las manos dibujadas
parecen alfileteros o cactus
defendiéndose del aire. Dos líneas
atan al suelo el globo de su cuerpo.
Si la cabeza es humana, ¿acaso
no es un pájaro de alas plegadas
su torso mudo de sirena antigua?
Hasta que en otro dibujo crezca
y sea el trapecio donde se repite
toda vestida una niña. Otra vez
ella, bajo el dominio de su idea,
se cuenta cosas a menos
de un metro de altura. ¿Cómo decirte
que tu arte será presa del olvido
y no su origen en vos? “¿Sabes qué?
¿Sos viejo vos? ¿Te vas a morir?
¿Quién, entonces? ¿Tu papá? ¿Tu abuelo
es viejo? ¿Por qué está muerto
el papá de tu mamá?” Quisiera
escuchar una respuesta en tu risa,
tan predecible como la llegada
del sol al mediodía contra el vidrio
verde de la cocina. Guardá ahora
tus libros hasta que sepas las letras
y tengas lágrimas decepcionadas
que sólo hojean al azar, como estos
hilos levantando un verso único
y conservando la nostalgia de otro.
¿Son lágrimas que se hablan a sí mismas?
Sentada con tu muñeco en la falda,
Lo mirás, llenando de susurros
el silencio de las cosas, el blanco
de nombres perdidos. Y no sabés
que tus hombros son un pañuelo de oro.
Silvio Mattoni
(Argentina, 1969)
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